La moda ha sido siempre espejo de importantes tensiones sociales. Durante las dos grandes guerras su poder transformador se hizo más visible, alterando los códigos de la vestimenta al ritmo de los cambios que se iban presentando.

Así llegamos a la realidad que impone la funcionalidad de los pantalones en lugar de los corsés, mientras que frente a la falta de tejidos se recortaban las faldas.

El uso de vaqueros se extiende tras la guerra de Vietnam y el mayo del 68. Y si bien en la España de la transición regresa el color y las mujeres se enfundan hombreras, la crisis financiera de 2008 trae una moda artificiosa, con botas altas, brillos y cueros, en tanto que las sudaderas con capucha y las sneakers empezaron a homologar las calles del mundo.

Al terminar la Primera Guerra Mundial, los soldados ansiosos por reencontrarse con sus mujeres a las que durante tanto tiempo habían añorado, se encontraban con un escenario diferente.

Mientras la batalla se alargaba en las trincheras, las mujeres habían empezado a enfundarse los pantalones y monos de trabajo de sus maridos para ir a las fábricas, también se habían hecho trajes con sus abrigos de lana áspera, e incluso se habían calzado sus botas.

La austeridad llego tras la Segunda Guerra Mundial, apenas había telas, las prendas de inspiración militar aún recordaban los bombardeos, y los atuendos eran a base de: faldas lápiz, bolsos con correa para ir en bicicleta, zapatos de cuña y sombreros, pues cubrirse la cabeza se había convertido en símbolo de resistencia al ocupante.

La Guerra de Vietnam y el movimiento estudiantil de Mayo del 68 rejuvenecen la silueta, la enfundan en unos vaqueros y la espolvorean con pequeñas flores a modo de símbolo pacifista.

La globalización hace estragos sobreproduciendo prendas insignificantes en valor y estética, entre ellas sudaderas, gorras y zapatillas deportivas. En la actualidad, nuestros años 20 parecen estar bien lejos de los flecos y las lentejuelas de las flappers.

Ahora tras la irrupción del coronavirus y la crisis que desata, se prevé que serán aún más locos: monos, mascarillas y guantes, prendas distópicas que han llegado para quedarse. Los laboratorios de los creadores, a pesar de los aires de Apocalipsis y de la ruptura del actual modelo, buscan respuestas en tiempos de distancia social donde la ropa se apreciará a dos metros de distancia. ¿Será el futurismo profiláctico la inspiración?

Llega la hora de tejidos tecnológicos y reciclados, prendas éticas, más fondo de armario, y bolsos a la cintura.